Toda historia tiene un principio

Todo empezó aproximadamente durante el puente del Pilar de hace algunos años.

Ibamos por una pista que nos tenía que llevar desde Molina de Aragón a quién sabe dónde. Esa noche queríamos llegar a Tragacete. Por aquel entonces, sin niñas, hacíamos rutas de 4x4. De una forma civilizada. Por pistas. Despacito. Disfrutando del paisaje.

Encadenábamos pistas, evitando carreteras asfaltadas. Es bonito. Ahora debe serlo también … si todavía están ahí.

Ibamos paralelos a un río que quedaba cada vez más encajonado al fondo de un cañón. Pensé: “¡Qué bonito debe ser bajar ese río por ahí en una piragua!” Pero no dije nada.

A menudo cuando tengo un capricho me resisto inicialmente. A veces me olvido. Otras no. Esta vez no me olvidé.

Conocía ya por aquel entonces al referente de los kayakistas de este pueblo. Aunque no el primero, el empezó con el kayak de segunda mano de otro amigo que hoy es surfero, Jesús.

Javier va al río cuando puede, pero la mayoría de las veces se dedica al kayak surf. En ese momento tenía, igual que ahora, varias piraguas. Me autoinvité a un bautismo de piragüismo una tarde en la playa. Autoinvité también a mi mujer, Yola.

Pasé el pánico inicial de aquel al que van a subir a un kayak cerrado. ¿Qué pasará si vuelco? ¿Podré escapar? ¿Me ahogaré irremediablemente? ¿Me haré un chichón?

Javier me hizo un vuelco con preaviso controlado en cuanto me dejé convencer para que tuviera claro que:

1. Es fácil tirar de la cinta de seguridad del cubrebañeras.
2. Es más fácil aún caerse hacia abajo, revolverse y salir a la superficie.
3. Lo de debajo del kayak sólo es agua. Salada.
4. Si estás muy cerca de la orilla, debajo del agua hay arena. Te puedes apoyar con la pala.

Y otras consideraciones necesarias.

Yola también probó fugazmente, pero no es que le enganchara mucho el tema. De hecho, no le enganchó nada.

A mí sí.

K